martes, 25 de febrero de 2014

Los Hijos del setenta

"Donde Ardía la Marea", mural de Anibal Cedron en conmemoración de "El Cordobazo"

Silvia Bleichmar, psicoanalista,  "la Colorada" para sus compañeros de militancia universitaria, fallecida el 15 de agosto de 2007, a los 62 años, publicó este texto doloroso y optimista, imprescindible sin duda, poco tiempo antes en Caras y Caretas.

  A pesar de la masacre que significó la dictadura,
 parte de quienes la sufrieron pervive en la generación
 siguiente, la de sus hijos, hijos de desaparecidos, de
 exiliados, de asesinados, de presos políticos. Que,
 con esa marca en su identidad, viven y sueñan en el
 magma de la cotidianeidad.
 Ahí están. Hacen periodismo, teatro, cine,
 investigación en ciencias, enseñan en universidades y
 escuelas, se instalan en el mundo convencidos de que
 esperan que se parezca más a sus sueños algún día. Sus
 padres sufrieron desapariciones y exilios, fueron
 asesinados o lesionados gravemente, se dispersaron por
 el mundo llevando unas espigas en los bolsos de viaje,
 algunos alfajores en las valijas, ponchos negros,
 rojos, blancos, fotos de familia y de amigos
 entrañables.
 
 Ellos mismos, víctimas de exilios exteriores o
 interiores, cantaron canciones patrias de otras
 tierras que no les significaban nada, fueron a
 colegios en los cuales tuvieron que callar lo que les
 producía el sufrimiento y en los cuales los trataron
 como extranjeros, descubrieron precozmente la
 exclusión y aprendieron que la solidaridad es un
 ejercicio cotidiano sin el cual la supervivencia se
 hace imposible. Muchos de ellos fueron despojados de
 su identidad y arrojados al vacío de sentido de una
 existencia construida contra las razones de su propio
 nacimiento: engendrados para sostener con vida la
 esperanza, como un acto extremo de afirmación y
 persistencia, la expropiación los desnudó de las
 envolturas simbólicas, de las frases y palabras, de
 los nombres y destinos que sus padres soñaron para
 ellos.

 Y sin embargo allí están: testimonio de la fuerza y de
 las reservas morales de una generación que se negó a
 su destitución y que los sostuvo no sólo a fuerza de
 reminiscencias sino de proyectos. De una generación a
 la cual injustamente se la acusó de deificar la
 muerte, cuando estos hijos dan cuenta del profundo
 anhelo de vida que la agitó.
 
 Rescatados no sólo por el amor de la familia sino por
 la convicción de gran parte de la sociedad que había
 asistido a la infamia más brutal de la historia
 argentina en el siglo XX, fueron sus abuelas quienes
 lograron no sólo su recuperación sino generar en el
 conjunto de la sociedad la convicción de que no se
 trataba de un asunto privado, de un "derecho de
 familia", sino de una garantía necesaria para poder
 consolidar a las futuras generaciones sobre
 asentamientos más justos y seguros.
 
 Cuando cada uno de estos niños recupera una identidad
 expropiada, se convierten en un paradigma de la
 sociedad toda: sólo el retorno a nuestros padres
 fundacionales, después de tanto apropiador que nos
 despojó de raíces y proyectos de origen, puede reparar
 nuestro exilio de más de un siglo de un país que no
 nos permitió su apropiación.
 
 Las derrotas no se pueden medir por las batallas
 perdidas sino por la propuesta para las generaciones
 siguientes. La derrota es mucho más que un
 reconocimiento de los límites de la lucha, es la
 renuncia definitiva a nuevas batallas, la despedida de
 todo aquello por lo que se ha peleado. Conlleva,
 incluso, la renegación de los objetivos sostenidos.
 Los derrotados se arrepienten no sólo de sus propias
 acciones sino incluso de aquello que los motivó a
 realizarlas. En esto consiste la derrota, porque se
 puede revisar el camino recorrido y los abismos a los
 cuales uno se asomó sin por ello renunciar a seguir
 caminando.
 
 El golpe del 76 no derrotó a una generación: la
 masacró, la expulsó de la Patria, la encarceló y
 torturó, y brutalmente pretendió arrancarle no sólo
 sus proyectos políticos sino sus sueños e ideales:
 tornarla cínica, despojada de carácter, acomodaticia
 con las circunstancias, reducida a lo posible. Se le
 propuso a cada argentino llevar hasta el extremo el
 individualismo de salvarse sólo, el terror de ser
 dañado no por los represores sino por los amigos que
 estaban en riesgo, ya que su propio destino podía
 alcanzar como onda expansiva a quienes los rodeaban.
 También se les ofreció a cambio de la moral un bono
 para canjear justicia por chatarra comprada con el uno
 a uno: un ser humano por una videocasetera, la
 educación por el shopping, un torturado por un viaje a
 Disney, la vista gorda por unas vacaciones en el
 Caribe,... Esta fue la herencia moral que pretendieron
 dejar los dictadores de los setenta.
 
 Y sin embargo, en estos chicos que siguen negándose a
 concebir al otro como un enemigo, que escriben y hacen
 música, estudian y enseñan, se juntan en los recitales
 de rock y cantan a voz en cuello, crispados o irónicos
 "La argentinidad al palo" para levantarse al día
 siguiente y trabajar, cambiar los pañales de sus
 hijos, buscar la supervivencia cotidiana, rastrear en
 la historia para entender, una vez más, quiénes son,
 de dónde vienen, por qué nos pasó lo que nos pasó,
 cómo levantarnos de nuestros propios abismos... En
 estos chicos la derrota se arrincona, expulsada cada
 vez más a los límites extraterritoriales de los
 fantasmas colectivos y no de las acciones diurnas que
 la desmienten.
 
 Por eso los hijos del setenta nos conmueven: son como
 una parte de nosotros mismos que nacieron, ya,
 atravesados por una experiencia que los hace desplegar
 lo posible sin renunciar a lo anhelado. Maduros desde
 chiquitos, obligados a ser responsables desde siempre,
 atravesados por la Historia, tratando de apropiarse de
 ella, van a la búsqueda de los sueños de las
 generaciones anteriores. Y como Sebastián, el "Nieto
 82" recuperado, cuando abraza a sus abuelos y los
 consuela de tanto tiempo perdido, saben que para ellos
 el tiempo por delante se tiñe de sabores y olores
 anhelados, aún sin imágenes ni nombre.

 

lunes, 24 de febrero de 2014

¡Con política y militancia, Revocatoria para Macri!



 


“La Mugica”, “Cultura Vallese”y “La Che” impulsamos el pedido judicial de revocatoria del mandato de jefe de gobierno y obtuvimos la autorización judicial para la recolección de firmas. 

A lo largo del año 2013, las tres organizaciones sociales citadas impulsamos la Revocatoria del mandato del jefe de gobierno porteño. Año que estuvo plagado de ansiedades, euforias, convicciones y desalientos transitorios, digo transitorios ya que esa es una de las virtudes de las construcciones colectivas, cuándo uno baja los brazos hay otro que los levanta.


 


La referida revocatoria no surge de un antojo de unos improvisados si no de la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, un derecho de la población contenido en su artículo 67, hay causales objetivas alegadas por los que efectuamos la presentación que fueron receptados por el Tribunal, hoy la población de la Ciudad de Buenos Aires tiene habilitada por la justicia la recolección de firmas (20 % del padrón electoral de la Ciudad de Buenos Aires) lo que constituye el referéndum de ratificación del mandato.


 


 Tenemos en nuestra capacidad militante, la oportunidad histórica de expresar la soberanía popular, de demostrarnos que somos capaces de organizar una democracia participativa. 


 


Transformemos los insultos en una fuerza organizada.


jueves, 20 de febrero de 2014

"Me hubiera gustado conocer a Cortazar"



Con este titular, hace diez años, en febrero de 2004, el ex presidente Raúl Alfonsín publicó estas reflexiones en un matutino porteño, desmintiendo que se hubiera negado a recibir al escritor Julio Cortázar, cuando regresó al país en diciembre de 1983, dos meses antes de fallecer en París.
Años antes, cuando algunos dirigentes de su propio partido lo habían sometido a una especie de destierro interno, y los grupos mediáticos lo castigaban implacablemente,  me había comentado estos hechos, entre dolorido e impotente, en extensas charlasa con las que me honró. Con razón o sin ella, fuí opositor en 1983,  y discrepé muchas veces con Don Raúl, pero jamás dudé de su palabra: este testimonio es ineludible para asumir posiciones, pero con conocimiento de causa. Trascribo el texto completo.
He oído que algunos de los artículos y crónicas que se han escrito con motivo de recordarse los 20 años del fallecimiento de Julio Cortázar especulaban sobre la supuesta ingratitud argentina para con él, y como suele pasar en algunos medios, con una frecuencia mayor a la que me considero merecedor, optaron por sintetizarla en mí.
Comienzo por reiterar mi admiración literaria por Cortázar y mi reconocimiento a su compromiso con la causa emancipadora de América latina. Lamenté siempre, y mucho, no poder conocerlo personalmente.
En mis fugaces visitas a París, en aquellos años de las dictaduras militares, me hubiera reconfortado, seguramente, poder encontrarme con él físicamente para hablar y discutir sobre los esfuerzos que sé que compartíamos, junto a muchos argentinos más, a favor de la causa de los derechos humanos en nuestro país y en América latina. No pudo ser.
Poco menos de un año después de mi último viaje a Europa durante la dictadura (enero-febrero de 1983), ya los argentinos habíamos recuperado la democracia, y Julio Cortázar hizo su última visita a Buenos Aires. Me hubiera gustado, como presidente electo y en nombre del pueblo argentino, expresarle el agradecimiento que sentíamos hacia él por su aporte a la cultura nacional y mundial, y muy especialmente, por su respaldo comprometido en la lucha contra la dictadura. Lamentablemente, tampoco pudo ser.
* * *
Me enteré después de muchos años que Osvaldo Soriano, otro gran escritor también fallecido, había sugerido un interrogante sobre los motivos que me habrían llevado a no recibir a Cortázar en diciembre de 1983. Supe que se inclinó hacia una respuesta "intencional", atribuyéndome la decisión de querer establecer distancia con una figura vinculada con las revoluciones cubana y nicaragüense, y descartó de plano, la posibilidad de un desencuentro involuntario.
Si aquélla hubiese sido la lógica aplicada, cómo se explican mi visita a Fidel Castro, en La Habana, la recepción en aquel mismo diciembre de 1983 a Daniel Ortega, o en noviembre de 1984 a Ernesto Cardenal, ambos exponentes esenciales de la revolución sandinista, la cooperación bilateral prestada a ambos países, o la formación del Grupo de Apoyo a Contadora.
Creo, además, que si admitiera en silencio el cargo que se me formula -negarle la única reunión que le hubiera reparado tantas penas-, estaría pecando de soberbia pues estaría suponiendo que yo era la encarnación de la sociedad democrática. Además, hacerlo en soledad, también hubiera implicado avasallar el necesario pluralismo político al dar yo las explicaciones por algunos acontecimientos de los años 50 que constituyeron aquellas "quinielas necrológicas y edilicias", cuyo acierto no lo hizo feliz, como él mismo lo recuerda en la nota preliminar de "El examen".
* * *
Sólo puedo recordar lo difícil que resultaba en aquellas jornadas febriles para mí y mis colaboradores ordenar la cantidad de entrevistas, reuniones informales y asuntos que se presentaban y nos devoraban cada minuto de las jornadas sin horario. Si para Cortázar pudo resultar una gran pena no llevar a cabo el encuentro, sin duda para mí resultó además un real desmedro no poder contar en esos días con su visión y su vivencia de la realidad que estábamos viviendo.
De todos modos, estoy seguro de que Julio Cortázar igual se debe haber sentido feliz al poder volver a caminar por Buenos Aires, disfrutando de aquella libertad que un día lo había llevado a refugiarse en París, y volver a recibir el afecto de los ciudadanos "de a pie". Espero que haya sabido perdonar que como presidente electo no lo hubiera recibido aquel día, simplemente por un desencuentro lamentable.
Quisiera terminar con una reflexión sobre algunos de quienes parecen disfrutar de su crítica constante, y para ello recurriré a Julio Cortázar, utilizando algo que le atribuye a su personaje Bruno, en el cuento "El perseguidor", cuando escribe: "Un buen resumen de la vida de un crítico, ese hombre que sólo puede vivir de prestado, de las novedades y las decisiones ajenas".
Sé que existe una enorme distancia entre él y yo, en nuestras capacidades y en nuestras obras; Cortázar en la cúspide, y yo bastante más abajo; pero no tengo dudas de que al menos, en algo nos parecemos: ambos hicimos o intentamos hacer cosas, y no nos instalamos pasivamente a opinar sobre decisiones ajenas.
Si alguna vez pudiera compartir con él la mesa de un café en el universo regido por sus leyes, y tomarnos un "pernó" para inducir la mezcla de París con Puente Alsina (Ángel Gregorio Villoldo), seguramente conversaríamos de las abstracciones que están detrás de las cosas concretas, y discutiríamos sobre ideas y valores, no permitiendo jamás que desaparezcan del diálogo, pues cuando se ausentan, los hombres y mujeres quedan condenados a hablar sólo de sus semejantes.

sábado, 15 de febrero de 2014

De Enemigos y Adversarios


No pocas veces los actores políticos consolidan sus respectivos alineamientos por la posición de sus enemigos. Cada vez que José Alfredo Martínez de Hoz viajaba al exterior a tirar la manga, los portavoces del poder mundial elogiaban su lucidez y el programa político que llevaba adelante. Cuando regresaba, el coro de alcahuetes repicaba esos comentarios inspirados en los centros financieros internacionales. Pero los sectores populares desconfiaban de las zalamerías y sentían que sus bolsillos eran más flacos. 
El modelo de sustitución de importaciones reinstaurado por el kirchnerismo después de casi tres décadas de neoliberalismo atraviesa un momento crítico en el que se juega las mejoras logradas para los trabajadores. La crónica debilidad del sector externo, agudizada paradójicamente por el desarrollo industrial, permitió una corrida cambiaria que se llevó parte del ingreso ganado por los asalariados. Finalmente, en la semana que termina, el equipo económico, acusado intencionalmente de inexperto y de portar ignorancia técnica, logró parar la pelota: el dólar baja y las reservas tuvieron una leve recuperación.
Pero si el país no tuviera la solvencia macroeconómica lograda en diez años, los argentinos hubieran asistido, probablemente, a otra patética interrupción de un mandato presidencial.
Sin embargo, la influyente revista conservadora británica The Economist aprovechó la crisis producida por la falta de divisas para cargarle una vez más la decadencia nacional al odiado populismo, en una plañidera nota de tapa que recuerda los años dorados en los que la Argentina era el granero del mundo, tenía un PBI per cápita similar o superior a algunas naciones europeas, mientras en los conventillos se hacinaban inmigrantes y piojos. No se acordó en cambio el redactor de aquella Argentina de los '50, mucho más justa que la de principios del siglo XX, cuando la industria nacional producía hasta un avión a reacción.
La nota traspira el odio de los sectores conservadores contra un gobierno que nacionalizó el petróleo, estableció un control de capitales, limita las ganancias de los terratenientes y resiste las recetas del saber mundial, esas que, precisamente, llevaron a la Argentina a la decadencia.
The Economist dice que "Cristina Fernández no es más que la última sucesión de populistas económicamente analfabetos, que se remonta a Juan y Eva Perón". Por supuesto que ninguna de las tres personas mencionadas tiene felizmente la erudición económica de sabihondos como Martínez de Hoz, Domingo Cavallo o la recua de pitonisas ortodoxas que vienen sosteniendo que "se cae todo" desde hace diez años. No quisieron cortar la torta en favor de los sectores más concentrados, sino que prefirieron favorecer a las mayorías populares.
¿Era necesario haber estudiado en Harvard o pertenecer a la Escuela de Chicago para saber que si se remataban las empresas del Estado y se sustituía producción local por importaciones, miles de fábricas cerrarían sus persianas? ¿No sabían que la desindustrialización produciría un brutal desempleo, una enorme exclusión social y un estímulo a la delincuencia? ¿No fue el genocidio una condición sine qua non para aplicar el neoliberalismo? ¿Quiénes son entonces los eruditos y quiénes los ignorantes?
La Argentina fue el mejor alumno del saber mundial inspirado en el Consenso de Washington, en la receta despiadada que cree que las decisiones políticas perjudican el normal funcionamiento del mercado. Como si el desarrollo de la industria inglesa, a partir de la Revolución Industrial, no hubiese sido apoyado por decisiones políticas y hasta por la armada imperial para ganar mercados internacionales. La revista le achaca alegremente al populismo una decadencia que se produjo con el neoliberalismo, la dictadura y el menemismo. Desconoce que el kirchnerismo vino precisamente a pagar los platos rotos, la desocupación, la pobreza, la deuda externa y el saqueo a los ahorristas.
Pero una crítica tan conservadora le debe sonar a Cristina Fernández como un elogio, antes que como una condena. La presidenta debe pensar que algo debe estar haciendo bien para que semejantes reaccionarios la critiquen junto a Perón y a Evita.
Días antes de publicada la revista británica, Cristina recibió con agrado la opinión sincera de un economista adversario, que fue funcionario radical y tiene muchas diferencias con el gobierno, pero no parece tener dudas en defender intereses nacionales y a un gobierno democrático al que pretenden voltear, como le ocurrió a su correligionario Raúl Alfonsín. Miguel Bein consideró que el gobierno logró tener "la situación bajo control" luego de un intento de los mercados que "venían muy envalentonados de que iban a hacer volar a los mercados por los aires".
Los sabios del poder mundial, como el senador republicano ultraconservador de los Estados Unidos, Marco Rubio, creen que la Argentina se desbarranca en cambio hacia "una crisis financiera y un creciente autoritarismo". En coincidencia con The Economist, la derecha norteamericana culpa de autoritarismo a un gobierno democrático elegido con abrumadora mayoría y exculpa a las dictaduras de la crisis, especialmente a la última, que fue antidiluviana en lo político y neoliberal en lo económico.
Tras haber conjurado la corrida cambiaria, la batalla se libra hoy en las góndolas. Como siempre, las crisis ofrecen oportunidades. El gobierno está haciendo gestos fuertes para sostener el programa de Precios Cuidados y se apresta a impulsar un proyecto de ley en el Congreso para que las multas por las trapisondas sean pagadas inmediatamente por los supermercados. La presidenta llama por teléfono a los ciudadanos que denuncian violaciones en el programa para apoyarlos. El gobierno sabe que la clave del triunfo está en que los ciudadanos participen en defensa de sus bolsillos. Tal vez se vea más claro ahora que en la batalla contra la inflación que el gobierno está del lado de los intereses populares, que es víctima y no victimario.
Los ciudadanos de ingresos fijos que se nieguen a apoyar al gobierno en esta pulseada por diferencias políticas podrían obtener una victoria pírrica, que pagarían con menor poder adquisitivo y calidad de vida. Para denunciar la falta de un producto de precio limitado o la remarcación indebida, no hace falta ser kirchnerista. Una cosa es ser adversario político y otra muy distinta enemigo de los intereses nacionales, como Rubio o The Economist.
Si la ciudadanía se involucra y la militancia apela a la creatividad para frenar la especulación, se puede frenar el embate. Sin llegar a acciones punitivas severas, como los cierres de comercios en los '50 por “agio y especulación”, el gobierno puede organizar puestos en las esquinas de los supermercados, para ofrecer los mismos productos a precios inferiores. El Mercado Central anunció que sacaría sus ofertas a las calles. Los consumidores lo esperan para no tener que arrodillarse frente al chantaje de las poderosas cadenas de ventas de comestibles.
Rubio, The Economist y la claque de enemigos del interés nacional se rasgan las vestiduras cuando el estado interviene para moderar los excesos. Pero callan cuando la "mano invisible del mercado" azota los bolsillos populares y corroe sus eternas esperanzas. Sin embargo, sólo la política puede equilibrar una lucha eternamente desigual (Alberto Dearriba)

lunes, 3 de febrero de 2014

Armando Vidal: una ventana al PC


Los Nadra, comenzando por Fernando, el padre, son parte  de la historia del PC argentino, que merece ser conocida desde adentro, contada por Alberto, el menor. Vidas de dolores y de sueños frustrados.

Por Armando Vidal

   He aquí un libro en el que su autor cuenta una vida entregada a una causa política, por herencia de un padre que renunció a su clase social en su Tucumán natal para luchar por el comunismo en Buenos Aires.

  Lo que dejó consignado en su libro Secretos en rojo el periodista Alberto Nadra, uno de los hijos de Fernando Nadra, recordado y respetado dirigente del PC hasta finales de los ochenta, es como una confesión interior al pueblo –a esa idea profunda de lo que la palabra implica- de los padecimientos que demanda comprometerse en pelear por un mundo mejor.

   Como nudo de esa historia están las peleas dentro del partido entre un apellido emblemático contra un manojo de burócratas y trepadores de ocasión. Y demasiados indiferentes.

Armando Vidal
   El editor leyó este trabajo entre sorprendido y dolorido por el enorme peso que significó para quien lo escribió hacerlo en varios tramos con los ojos puestos en el chico que fue, siempre preparado para eludir  la persecución policial, por lo tanto privado así de compañeros y amigos de la escuela y del barrio.

   Más pleno y cómodo fue el papel del joven militante y confrontativo, en tiempos en que era dirigente de la Federación Juvenil Comunista, como el del hombre, miembro del Comité Central del PC, que a la postre rompería con el partido  y cortaría sus lazos de amistad con viejos camaradas, varios de los cuales, dicho sea de paso, cambiaron de bando. Peleas en un frente natural, el sistema y sus agentes, y también en el frente interno, el peor.

   Alberto Nadra es el compañero de Leonor de toda la vida y el padre de Yamilé y Giselle; a las tres está dedicado el libro “porque juntas impidieron que perdiera ese don de soñar”.
Leonor es la hija de Jorge Canelles, uno de los hacedores del Cordobazo -29 de mayo de 1969-, entonces secretario general de la UOCRA y reconocido comunista, afín al lucifuercista Agustín Tosco. "Son más de 60 años de lucha y nunca pensamos en el beneficio personal, ni siquiera tengo casa propia, ni la tenía Tosco cuando murió", declaró Canelles, fallecido en 2002 a los 75 años.

   Yamilé, abogada y Giselle, licenciada en ciencia política, son las autoras de Montoneros: ideología y política en El Descamisado.

   ¿Destino? Destino de amor y compromiso.

   Para Alberto, romper con el PC fue como nacer después de casi 40 años atado a un mandato marcado inicialmente desde Moscú y soportado aquí por la acción de anquilosados burócratas de mando, de los que mucho se ocupa.

   Un cometido que lo alcanzó y vio caer, devenido de aquella Revolución Rusa que conmovió a Occidente y puso de pie a los trabajadores en el mundo.

   Y que en la Argentina mereció mejores intérpretes de la realidad cuando se produjo la irrupción del peronismo que aquellos que pusieron al PC al lado de la Sociedad Rural y la embajada norteamericana.

   Fernando, el padre, pudo participar de la hora de los abrazos y mutuos reconocimientos en esa generación –que a él le tocó, pese a su juventud-, marcada a favor y en contra por Perón. Por eso mantuvo con él varias entrevistas, de las que dio cuenta en un libro escrito en 1975 y editado diez años después y por lo cual recibió duros cuestionamientos de jerarcas de su partido.

   Alberto, como sus hermanos (Fernando, el mayor y Rodolfo), es la parte que sigue de ese capítulo..

Quien quiera seguir línea por línea ese derrotero que llega hasta la caída del muro y “el viraje” posterior del partido podrá comprobar el costo de crecer sin disfrutar de la plena libertad de ser. Y el costo siguiente de la injusticia y la desolación.


    Diferencias
   Alberto nació cuando quien escribe aquí vivía a sus diez años en el mundo feliz de un hogar obrero donde Perón era como un dios hecho hombre y Evita una santa batalladora que encantaba a su madre. Su padre era un gremialista identificado con el gobierno y, por ende, defensor de las conquistas obreras, que en 1952 había perdido la conducción de la AOT en manos de Andrés Framini.

   Otros trabajadores no peronistas y sus hijos no la pasaban tan bien. En especial, los comunistas pero no en la vida sindical, en la que eran antagonistas directos aunque convivían, sino por el comisariado político del peronismo, que de tanto en tanto dejaba abierto con un clavel rojo el piano de don Osvaldo Pugliese, remitido a un calabozo, con la orquesta en plena acción y milongueros peronistas pegados al escenario sin bailar.

   En esos días vino Alberto al mundo.

   El libro contiene una cantidad de revelaciones – sorprendentes para quien escribe estas líneas-, entre las cuales está la decisión de incluir la lucha armada, primera experiencia guerrillera en la Argentina, ligada directamente al Ché.

   Todo un capítulo que parece parte de otra historia, a diferencia de todo lo que dirá sobre el papel de periodistas de la misma causa y la importante tarea de abrir en todo lo que se podía los espacios de la prensa convencional, con la participación del propio Alberto y su hermano Rodolfo, su hermano “del medio”, como él lo llama, cinco años mayor.


    Sueños que se esfuman
   A fines de 1980, en un rencuentro familiar con motivo de su retorno con la familia luego de trabajar tres años en Moscú, Rodolfo, periodista, fue el primero en advertir acerca de una realidad que el padre desde aquí no percibía en esa dimensión.

   “Viejo no va más. Es una gran mentira. Está todo podrido y tarde o temprano se nos va a caer encima” le dijo en tono descarnado.

   “Algo se había desgarrado en el alma de papá” comenta Alberto al describir la escena con la reacción de Fernando Nadra, que se levantó enojado y se encerró en el dormitorio a donde lo fueron a buscar junto con la madre.

   “Lo encontramos leyendo El Manifiesto Comunista a la luz del velador; quizás una suerte de exorcismo frente a los demonios, indescriptibles, que emergían”, recuerda.

   Rodolfo Nadra fue luego el director del Sur, al que renunció en 1990 ante la oposición de la cúpula partidaria a acompañar un capítulo inevitable de inserción del PC en las grandes corrientes populares, de lo cual estaban dando cuenta las páginas del diario con las firmas de Eduardo Luis Duhalde, Rodolfo Mattarollo, Jorge Bernetti, María Seoane, Luis Salinas, Oscar Taffetani, Carlos Aznárez, Marcelo Birmajer, Carlos Polimeni, etc.

   Para “el aparato”, en cambio, el viraje era un mero gatopartidsmo, especie de disfraz de lo que querían ser sus exponentes, con una  retórica ajena a las circunstancias y a la propia historia del partido como los encuentros de Patricio Echegaray con Enrique Gorriarán Merlo en La Habana.

   El viraje, en la versión acomodaticia del comando partidario debía hallar la forma de trascender para lo cual le apuntaron a Fernando Nadra con el propósito de hacerlo cargar con la responsabilidad de la posición del PC en dictadura, aprovechando que se trataba de una figura conocida.

   El impulsor de esa decisión era el propio Echegaray, aquel joven defendido por Fernando frente viejos burócratas que el pretendiente a secretario general del partido tenía por aliados.
Estaban en la sede de la redacción de Qué pasa y se hallaron a un tris de agarrarse a trompadas.

   Alberto recuerda que tenía 37 años, 24 con la vida puesta en el partido.

   Esta fue su respuesta:
   - Se ve que siempre traicionaste a todo el mundo. Renunciaste al pacto de honor con Nando (por Fernando) para recuperar los millones y millones de dólares que se robaron –y roban- los testaferros de empresas líderes que nombró (Victorio) Codovilla…”

   Siguió la catarsis, volvieron los insultos y algunos golpes se filtraron, dice Alberto.

   El 14 de marzo de 1989, el comité central, tras un cambio del temario, en el que Athos Fava, Jorge Pereyra y, por supuesto, Echegaray –entre otros- se invistieron de inquisidores y acusaron a Fernando Nadra de personalista y fraccionista.

  Hombre del partido, razón de su propia vida, Nadra renunció exactamente al año de su exclusión del Comité Central. Dejó que la historia lo juzgara, seguro de que sus hijos defenderían su buen nombre y honor, como lo hicieron frente a la falsedad y oportunismo a la hora de la coronación de Echegaray como secretario.

   Cuenta Alberto sobre su padre: “Murió de tristeza el 22 de agosto de 1995. Mi vieja lo siguió después, en una suerte de continuidad de fidelidad mutua que se profesaron toda la vida”.

   En ese tramo final, quien escribe lo conoció y trató a Fernando Nadra. Enseñaron mucho sus miradas sobre Perón. También, como Perón, Fernando sonreía pese a sus profundos dolores generados por la mentira, la ignorancia y la ambición.

   Por su lado, Alberto se aprestaba a afrontar el más duro de los peregrinajes de un militante desocupado como fue buscar trabajo después de dirigir medios del PC como Qué pasa y de ser corresponsal de Prensa Latina. Una relación posterior con Néstor Kirchner fue clave para un camino que se fue haciendo con el andar.

   Periodistas y sus desafíos
   El libro es como un GPS para periodistas que en un momento lleva a la Av. Córdoba 652 11-E, al que Rodolfo llegó en 1966, según cuenta en el libro por pedido de Alberto. Allí explica lo que debía hacer durante su paso de tres años en Moscú para intentar sortear los rigores de censores que no admitían hablar de lo que estaba pasando en la Argentina.

   Ni siquiera, dice, querían que en Radio Moscú, donde trabajaba, se dieran datos del comercio de granos que se publicaban en Buenos Aires.

   Consejo que brinda Rodolfo para situaciones comparables: poner todo lo que se pueda para darle lugar al censor a que justifique su trabajo, con lo cual siempre algo pasará.

   Diferente había sido en el departamento de la Av. Córdoba, transformado desde fines de los sesenta en un centro de encuentros y hervidero de ideas con colegas que se sumaban como Jorge Aulicino y Adolfo Coronato, “hasta su jubilación periodista destacado de Clarín”, señala y a quien Rodolfo había conocido en una escuela de periodismo. “Lo llevé a Córdoba 652, desde donde se transformó en una importante pluma, participó también de La Calle y salió para El Cronista a finales de los 70”, dice.

   Entre las visitas solían estar Rogelio García Lupo (Pajarito), cofundador de Prensa Latina en Cuba “y enorme, pero enorme periodista”, remarca sin exagerar y Oscar Serrat, “toda una vida en AP, hombre de lúcida y fina inteligencia del que también aprendí mucho”.

   No falta, por supuesto, la referencia a Isidoro Gilbert, con quien, comenta, tuvo encontronazos cuando él se fue de Sur enfrentado con el partido “y él –diferencia- se quedó”.
Gracias a Secretos en Rojo, quien escribe por fin entendió la razón de su buena suerte con la publicación en Clarín en marzo de 1980 de su nota enviada desde La Paz en la que anticipaba que estaba en preparación un golpe contra la presidenta constitucional Lidia Gueiler apoyado, decía, por un importante país vecino, que no era Brasil, con 400 millones de dólares para comprar voluntades en los cuarteles.

   La nota salió al día siguiente, lunes, y generó una conmoción tan grande que por consejo del colega Andrés Soliz Rada el enviado especial de Clarín tuvo que salir rápido de escena.
El editor de ese domingo había sido Adolfo Coronato, el amigo que Ricardo Kirschbaum, llegado poco antes desde El Cronista, llevó a Clarín.

   Hay más, mucho más de lo que aquí no se habla, como las acciones de difusión contra las atrocidades del Plan Cóndor, incluyendo la revelación en primer término de la histórica carta de Rodolfo Walsh a la Junta.

   Secretos en Rojo, un militante entre dos siglos, el libro de Alberto Nadra, fue editado por Corregidor, lleva un prólogo de Mario Lowry.

   Imperdible.


Armando Vidal, decano de los periodistas parlamentarios y ex director de Télam, publicado en la última actualización de su página web "Congreso Abierto"